Último confín de todos los confines,
noble
rumbo de todos los caminos,
ingrávido
solaz de peregrinos,
jardín
inabarcable de jazmines.
En cien iglesias, pétreos querubines
tañen
zampoñas, sones argentinos;
tras
vidrios de reflejos ambarinos
suenan
armonios, arpas, clavecines.
Durante más de mil años, Europa
lo
buscó como símbolo precioso
de
un impulso común de convivencia.
Terrena y celestial, su senda arropa
un
humano torrente caudaloso
que
persigue su luz y transparencia.
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