En su puerto descargaban cereales,
carne, pescado, especias, salazones,
altivos mercaderes con blasones,
ciudadanos burgueses y gremiales.
En el límite de sus arrabales
exhibían los condes sus pendones
sobre un castillo de sobrios torreones,
baluarte de sus fueros medievales.
Hoy sus muelles fluviales son terrazas
y las casas gremiales restaurantes,
del turista solaz y refrigerio.
No hay alguna que evoque de sus plazas,
o de sus calles más irrelevantes,
su condición de cuna de un imperio.
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