La mole enorme del ducal palacio,
símbolo
de ambiciones cortesanas,
emerge
en las estepas castellanas
y
arrogante avasalla aquel espacio.
Se acerca con el brillo del topacio,
exhibiendo
sus cientos de ventanas
al
ritmo del tañer de las campanas,
moroso
y sosegado, muy despacio.
Se
abrió una plaza ante él inmensa,
se
fundaron conventos a su amparo
que
oraran por el alma del privado.
Y así quedó la población suspensa,
cuando
el duque dejó de ser preclaro
y
se dio su poder por acabado.
Ahora se solazan los turistas
en
sus vastas estancias clasicistas.
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