Corazón de la Beira portuguesa,
entraña
de la antigua Lusitania,
en
sus inicios, tal vez, una citania,
más
tarde la heredad de una duquesa.
Sus plantas por el norte el Pavia besa,
en
estampa de hermosa fotogenia,
muy
cerca do Viriato a la vesania
de
Roma combate y, audaz, represa.
Un remanso de paz es hoy la villa,
que
se embalsa en la plaza de Rossio
y
solaza a Enrique el Navegante.
Su extraña catedral en lo alto brilla,
como
un enorme y colosal navío,
de
interior manuelino y deslumbrante.
No sorprende que urbe tan amable
la
estime el portugués tan saludable.
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