Junto al sagrado lar de Aljubarrota
mandó
erigir el rey un monasterio
y
un gran templo de grácil presbiterio
que
evocara de Castilla la derrota.
En santuario devino, al fin, patriota,
perdido
su papel de falansterio,
y
evoca que del orbe el planisferio
los
lusos perfilaron con su flota.
Mas ya existían cerca dos conventos:
un
suntuoso cenobio cisterciense
y
el que antaño fundaran los templarios.
Fueron los tres, por siglos, opulentos,
de
innegable inspiración castrense,
con
fasto y esplendor extraordinarios.
Del arte manuelino y sus portentos,
de
imponente grandeza escurialense,
exhiben
repujados relicarios.
Hoy el turista ve de una tacada,
y
aun mete a Fátima en el lote,
esta
admirable terna en tan solo una jornada.
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