No acudas, visitante, apresurado
a esta isla tranquila y apacible,
tan dulce, tan prudente y tan sensible
que en ella la presura es un pecado.
Busca de sus playas el dorado,
de su alma el espíritu godible,
de su rica historia, la intangible
nobleza y la elegancia de un togado.
Recórrela con calma y parsimonia:
te hechizarán su faz mediterránea
y su iris entre el azul y el verde.
Más que un viaje, es una ceremonia:
dale fasto, no la quieras instantánea,
que siempre la memoria la recuerde.
En el puerto de Mahón se amparan los bajeles.
Se apiña el turista en su mar y en sus hoteles.
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