se elevan entre brumas que adensan los espacios,
sobre lánguidos puentes, casuchas y palacios,
abandonando el río, con su volar ligero.
Son a veces sus callejas el derrumbadero
de azulejos, molduras, frontones y cimacios,
de pretéritas glorias y de blasones sacios,
cuando de descubridores era embarcadero.
Aquende el río sus casas visten de colores,
en puzzle abigarrado, las mínimas fachadas;
allende se ocultan entre sombras los sabores
del néctar generoso que envejece bajo arcadas.
Canta el aire un fado de lamentos seductores
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