De Mozart el espíritu cautivo
vaga por sus calles elegantes:
iglesias barrocas y rozagantes
fachadas de discreto aire altivo.
Clama al cielo su estro
subversivo,
el pago ingrato y modos degradantes
de jerarcas vulgares e intrigantes,
que humillaron su genio creativo.
Ahora es su ciudad un
mercadillo
donde bombones se venden con su cara
y se hacen conciertos para ricos.
Sigue coronándola el
castillo,
que a los turistas ya tan solo ampara,
y sus luces sugieren villancicos.
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