Monasterios, iglesias, palacetes,
casas,
palacios, baños otomanos;
junto
al río un pétreo pasamanos,
manos
que pintan en sus caballetes.
Torres que antaño fueron minaretes,
fachadas
augustas y a lo romano;
el
rumor de un arroyo ciudadano,
ecos
del cabalgar de los zenetes.
Pavimentos de piedras milenarias,
y
a cada trecho un puente delicioso,
alguno
convertido en noble ruina.
Y oteando esta gloria inmobiliaria,
sobre
un bosque quizás precipitoso,
la
excelsa fortaleza granadina.
No encontrará el inquieto vagamundo,
un
paseo con encanto tan rotundo.
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