Ciudad, pudiera ser, la más amable,
acogedora
y racional y amena,
ajardinada,
plácida y serena,
a
la que un río abraza navegable.
De su origen real y venerable
se
deriva ese lustre de patena
y
el donaire gentil de la azucena,
sin
duda singular e inimitable.
Lo que fuera una finca de recreo
de
reyes y elementos cortesanos,
se
transformó en villa camafeo.
Hoy
ofrece, a sus faustos ciudadanos,
de
holganza un paraíso y de paseo.
¿Su
gentilicio? Acaso «soberanos».
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