Cantera fue Cluny del monacato,
siguiendo
la regla de San Benito.
Tuvo
su expansión algo de inaudito,
por
doquier se extendió su patronato.
Su estatus le exigió fasto y boato:
un
convento erigió casi infinito
y
un templo descomunal, todo un hito
digno
de tan espléndido abadiato.
En tiempos fue su cénit del Medievo,
su
ocaso, la Revolución Francesa,
que
en ruinas lo trocó en breve plazo.
Ya una era no tuvo de renuevo.
Quedó,
de lo que fue, una pavesa;
Del inmenso templo, resta una parte de un
brazo.
Contempla
hoy el viajero, al que embarga el desaliento,
un monasterio menguado, astroso y
polvoriento.
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