El Duero se detiene en sus confines
a
gozar su perfil y su sosiego,
admirar
su semblante palaciego
y
a escuchar los rezos de maitines.
Tierra fue de vanguardia y paladines;
aunque
sufrió batallas y trasiego,
y
el asedio y la ruina por el fuego,
no
albergaron sus torres muecines.
Es la cuna y el alma de Castilla,
y
del arte románico un museo;
sus
iglesias son piedra recamada.
Su Semana Santa no es la de Sevilla
(no
era el tartesio quizá como el vacceo):
es
mística, austera y recatada.
Desnudo en una roca, Viriato, el
lusitano,
indómito,
esforzado, heroico y estratego,
se
opone eternamente al yugo del romano.
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