Donde confluyen Ródano y Saona,
caudalosos
los dos y navegables,
fundó
Roma, entonces imparable,
una
urbs destinada a ser matrona
de
las Galias que el César divino le anexiona.
Quedan
de aquel tiempo obras admirables,
como
las termas, el teatro o el odeón, loables
fábricas
magnas de las que aún blasona.
Después, su estratégico emplazamiento
favoreció
el comercio y las finanzas,
logrando
el prestigio y pujanza que aún conserva.
Acaso
un barniz algo mugriento
la
desluce y refleja las andanzas
arduas
que su atribulada historia acerva.
Por
lo demás, reúne todo aquello
que
en una gran ciudad es grato y bello:
teatros,
templos, plazas, edificios rutilantes,
estatuas,
museos, avenidas, restaurantes...