Prusia
perdió la última batalla
y cayeron la noche y el imperio.
El tiempo amaneció del improperio,
del barullo, el hambre y la quincalla.
Más
tarde llegó el mal y la canalla,
que, en medio del caos y del tiberio,
impuso el racismo y el dicterio,
levantando de infamia una muralla.
Gamadas
lucieron columnatas y frontones,
y en las amplias ágoras enardecidas masas
aclamaron al líder que las llevó al abismo.
Los
libros en Bebelplatz ardieron como carbones,
y después
todo Berlín quedó reducido a brasas.
Muerte y
desolación fue la huella del nazismo.
De esa
época odiosa no pervivió casi nada,
tal vez la maltrecha de un viejo estadio carcasa,
pero su atmósfera aún se respira emponzoñada.