y recorre sus calles y avenidas,
sus plazas recoletas y dormidas,
que un inclemente sol besa y abrasa.
Se disipa la prisa, allí fracasa,
la impaciencia se lame las heridas,
se dilatan los sueños y las vidas,
se entorpece el afán y se retrasa.
Dormita vigilante la Alcazaba,
sestea la catedral amurallada
que arrulla una nana de palmeras.
Sólo un hombre se afana y se destraba,
siempre presto y dispuesto a la zancada;
libre va Nicolás Salmerón por las aceras.
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